Bárbara AR
11 ago 2019
#MiFormaDeVerlo
La semana pasada terminé una experiencia que no mucha gente ha tenido la suerte de disfrutar. Gracias a un proyecto de voluntariado, he podido pasar dos semanas en el Parque Nacional de las Islas Atlánticas de Galicia, en concreto en las islas Cíes y la isla de Ons. Allí tuve la oportunidad de aprender mucho de temas en los que era totalmente profana, como embarcaciones o aves marinas. Y también tuve la oportunidad de observar, con pena y en ocasiones, rabia, cómo pasan por allí permanentemente personas, paseando por la isla buscando llegar a un mirador o una playa donde poder sacar una foto para Instagram.
Los colores divinos, sin duda, ayudan a conseguir muchos likes. Los momentos de pena venían de situaciones como estar paseando por la playa, disfrutando de un cormorán moñudo (Phalacrocorax aristotelis) que bucea a pocos metros de la orilla sumergiéndose con ese salto tan característico. Cierto es que no conozco la información que se da en los pasajes que acercan a los turistas sobre el lugar en el que van a desembarcar y las especies que en él pueden observar con facilidad al contrario que en el resto del territorio. Es por ello que no todo el mundo tiene por qué conocer el valor de observar con facilidad varios cormoranes moñudos. Ese es uno de los casos que transmiten tristeza a los que sí lo conocemos.
Otra situación que me crea cierta tristeza es esa que se vive cuando se está en un punto, como el Alto del Príncipe en la isla, y se ve permanentemente llegar gente que se sienta, posa de tres formas, se levanta y se va, sin ni siquiera pararse a observar el horizonte tras el que se encuentra América, el faro de Cíes en lo alto del sur de la isla o la duna que franquea la playa de Rodas. La visita a Cíes está limitada, con un aforo de 2.000 personas diarias, lo que significa que probablemente una persona que va un día a ver la isla tarde mucho en volver. Y la foto ciertamente durará mucho tiempo, pero por muy bonita que sea nada es comparable a vivirlo en persona.
También en el Alto del Príncipe pude ver varias situaciones que me provocaron rabia, y también fueron motivadas por las fotos. En concreto, por obviar las normas e indicaciones del Parque para acceder a lugares de acceso prohibido por motivos de conservación. Sin excusas como no haber visto el cartel o no haberlo entendido, dado que la gente accedía a este lugar pasando a escasos diez centímetros de él. Aquí no estamos en que importen los likes y no el recuerdo en vivo, sino que además esos likes suponen molestias y cambios a largo plazo en un lugar en el que la gente permanece apenas unos minutos.
Parece que el ser humano no aprende y continúa provocando un impacto desproporcionado en relación con su estancia en los distintos rincones del Planeta.
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