Un tema mucho más serio
- Bárbara AR
- 17 abr 2019
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 18 abr 2019
La despoblación rural es, a día de hoy, uno de los problemas más presentes en el mundo, y España no es diferente.
Si bien hay casos como el de Latinoamérica, donde se estima que en 2030 el 83% de la población vivirá en ciudades, en nuestro país estamos claramente en una tendencia que nos llevará a alcanzar esa cifra en un futuro nada lejano.

Sin pretender que este post de opinión sea la verdad absoluta, lo cierto es que, al menos, está escrito desde la perspectiva de alguien que vive en un pueblo. Probablemente hubiese sido mejor oírlo de alguien de un núcleo de población más pequeño aún, pero definitivamente mi situación ya me da una perspectiva de este problema desde dentro. Tampoco pretendo que con este post nadie de la ciudad se sienta atacado, simplemente quiero pedir que, además de cómo se ve desde los núcleos grandes, se atienda también a la gente que está en los lugares que acusan este problema.
En el CONAMA (Congreso Nacional de Medio Ambiente) uno de los ponentes mencionaba con sarcasmo que acudió a un evento sobre despoblación rural celebrado, de nuevo, en una ciudad. Y es que son ellas, las ciudades, las que están acaparando todo. Y lo peor, es que ni siquiera son todas las ciudades. La gente se está concentrando en un puñado de puntos de España, e incluso la población de ciudades más pequeñas está disminuyendo en pro de esas que se están convirtiendo en gigantes "absorbedores".
¿Hemos evolucionado si nos damos cuenta que era mejor lo de antes?
Este cambio social tiene muchos efectos: algunos más evidentes, como el aumento de casas vacías en las poblaciones y el cierre de colegios de esos en los que los niños iban juntos a la misma clase aunque fuesen de distinto curso. Pero hay otros cambios asociados a esta forma de vivir. Uno de ellos es el cambio de paisaje. El abandono del medio rural y de las actividades más tradicionales asociadas a él, como la ganadería o la agricultura, hace que se pierdan caminos, sendas, campos de cultivo o pastos que antaño alimentaban una de esas cabañas ganaderas que tenían una forma de explotación extensiva, en medios idílicos, y que hemos abandonado durante muchos años para que crezcan las explotaciones intensivas. Lo mismo ocurre con la agricultura. Paradójicamente, ahora pagamos mucho más por lo que antes era lo habitual. Punto para reflexionar.
Eso mismo es lo que ocurre con otros aspectos que se dan en la vida en los pueblos y que la gente que vive o es de una ciudad, como por ejemplo el hecho de poder estar en todos los sitios en cinco minutos caminando, el respirar aire limpio o la tranquilidad y la desconexión.
Vuelve a resultar curioso que, valorándose más esas cosas, continúe la afluencia de gente a las ciudades. Aunque, por supuesto, si van es porque son el lugar donde encuentran trabajo. Estamos en época de campaña, y más de un líder político ha hablado ya de este tema. Pero no puede ser un tema de campaña, tiene que ser un tema transversal a todos los partidos y toda la legislatura. ¿Por qué? Porque no hay políticas que permitan a los pequeños negocios, o los pequeños productores, competir con las grandes marcas, al igual que no hay políticas para favorecer las explotaciones ecológicas frente a las que usan pesticidas, herbicidas o hacinan a los animales.
No dejemos pasar que esto no es un capricho de ecologistas, sino que estas prácticas abusivas que teníamos, hasta ahora, normalizadas, están contaminando aguas (en el sitio en el que no acaban con las reservas de este elemento) y dañando muy seriamente las poblaciones de polinizadores.
Fomentar los usos tradicionales responsables es una buena forma de sostener a las poblaciones rurales, que ante la despoblación ven como única salida fomentar el turismo, una actividad que acusa una fuerte estacionalidad en la mayoría de los sitios. Esto deja una solución parcial en el tiempo, y no para todos los habitantes. Los comercios diarios no pueden sostenerse con el consumo de pocos habitantes, y no todos tienen como público objetivo los turistas.
Pero, y aquí es donde probablemente entre más en contacto este post con la temática de Mirilla Natural, no sólo los humanos nos beneficiaríamos de este cambio de mentalidad. Muchos animales habitan en zonas abiertas o de cultivos, como las perdices o las avutardas, y muchas otras se alimentan de los animales que escogen este tipo de ecosistema. En el mundo vegetal también hay diferencias notables. Encontramos, por ejemplo, el caso del garbancillo de Tallante (Astragalus nitidiflorus) próximo a su extinción en Murcia tras el abandono de caminos ruderales a cuyos bordes crecía esta pequeña leguminosa.
Un nuevo enfoque
No lo hacemos todo bien, pero tenemos que aplicar una nueva perspectiva a este problema: en los últimos años, son millones de euros los que han entrado en nuestro país para la recuperación de especies en lugares en los que existieron y ya no existen.
¿Nos hemos olvidado acaso de que el ser humano es también una especie, y que tanto su aparición como su desaparición de un lugar tiene consecuencias para el ecosistema?
En cualquier caso, políticos, ni la gente de la ciudad está exenta de las consecuencias que puede tener este problema a largo plazo así que, por favor, no olviden que, por una parte o por otra, todos dependemos del medio rural.
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